LUISA PEREZ DE ZAMBRANA
Fallecida el 25 de mayo de 1922 en la zona de Regla, en La Habana, Luisa Pérez de Zambrana fue una gran figura de las letras cubanas del siglo XIX. Al unirse con el decursar de su existencia a un destacado abogado habanero, Ramón Zambrana, empezó a ser identificada con su nombre y el primer apellido de su esposo.
Su nacimiento se produjo el 25 de agosto presumiblemente en el año 1835, en la finca Melgarejo, en El Cobre, cerca de Santiago de Cuba. Su inclinación hacia la poesía, tendría en los inicios, y como es lógico, un tema preferido para expresar sus versos: la naturaleza, ese ambiente natural que le era tan querido.
Prueba de ello lo encontramos en sus poemas “Al ponerse el sol”, “El lirio”, “Noche de luna”, “A Julia en la fuga de su sinsonte”. A la ciudad de Santiago de Cuba llega Luisa, junto con su madre y hermanos, después de la muerte de su padre en 1852, a quien dedicó su obra “Su sombra”, poema escrito en el primer aniversario de su desaparición física.
Por esa época ya Luisa era conocida en Santiago de Cuba porque había publicado varios poemas en distintos periódicos y formaba parte del grupo de jóvenes con inquietudes literarias en dicha oriental ciudad cubana. Algún tiempo después, ya en La Habana, resultó acogida calurosamente en el seno del grupo de intelectuales de la capital, y participa en las tertulias literarias que se llevaban a cabo, en las que siempre gozó del reconocimiento y del aplauso de quienes compartían con ella en dichas actividades.
Luisa Pérez de Zambrana en 1860 publica su segundo libro de poesías, prologado por Gertrudis Gómez de Avellaneda.Los poemas de la Zambrana fueron un reflejo de esa etapa de su vida, feliz, hogareña, y del recuerdo de aquel mundo donde transcurrió su infancia.
Así aparecen: “A mi esposo”, “Mi casita blanca”, “Al campo... y la Melancolía” en 1859, donde pone de manifiesto su alma soñadora y una especie de presentimiento de los años venideros, plagados de tristeza y dolor. Posteriormente la naturaleza y el dolor constituyeron un motivo constante en su obra poética. Fue un dolor interno, contenido y silenciosamente desgarrador.
El año 1866 marcó el inicio de tanto dolor y tristeza presentidos; en ese año muere su esposo. Con el transcurrir del tiempo, su pena se agigantaría. Uno tras otro ve partir para siempre, a sus jóvenes hijos; en 1886, a Elodia, con veintidós años; en 1892, a Angélica, con treinta y tres; en 1893, a Jesús con veintisiete; en 1896 a Dulce María, de treinta y seis, y a Horacio, en 1898, también de treinta y seis años. Siete fueron las elegías, que la autora escribió a sus seres queridos que habían fallecido.
Al hacer referencia a sí misma, Luisa Pérez de Zambrana señaló: “No me pintes más blanca ni más bella; píntame como soy, trigueña, joven, modesta y sin beldad; vísteme sólo de muselina blanca, que es el traje que a la tranquila sencillez de mi alma y a la escasez de la fortuna mía armoniza más bien…”
Unos años antes de producirse su fallecimiento, exactamente en 1918 el Ateneo de La Habana le había ofrecido un homenaje que contó con la participación de destacadas personalidades cubanas, entre ellas Enrique José Varona y José María Chacón y Calvo.