Con una gran variedad de personajes interpretados en programas de radio, televisión, en el teatro y en el cine Enrique Molina Hernández fue uno de los más singulares actores de nuestro país.

Falleció en La Habana el 3 de septiembre del 2001pero su vida y obra siguen estando presente y continúan influyendo tanto por sus cualidades como actor así como por su modo de actuar.

Su muerte se produjo a causa de complicaciones derivadas de la Covid 19. Estuvo ingresado varios días  bajo el cuidado de un equipo multidisciplinario de personal médico que luchó por salvar su vida.

Al momento de su fallecimiento contaba  78 años.

Por su meritoria labor le fueron entregados distintos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Televisión, el Título honorífico en la Primera edición del Premio “Enrique Almirante”, el Premio Actuar por la Obra de la vida y la condición de Artista de Mérito del Instituto Cubano de Radio y Televisión.

Molina tuvo un origen muy humilde. Nació el 31 de octubre de 1943 en el poblado de Bauta, donde permaneció los primeros 15 años de su vida.

Cuando tenía cuatro años su madre falleció y entonces estuvo atendido directamente por su abuela.

Con ella se trasladó, cuando era un adolescente, hacia la ciudad de Santiago de Cuba.

Tuvo que realizar diversos oficios y labores antes de encontrar un rumbo en el mundo de la actuación.

En 1960 formó parte del movimiento de aficionados en esa oriental ciudad cubana.

Se inició dentro de un grupo perteneciente al Sindicato de Trabajadores Gastronómicos, mientras a su vez laboraba como dependiente en una cafetería en la que se relacionó con artistas que después le posibilitaron su ingreso en el  Conjunto Dramático de Oriente.

Con el tiempo se fue transformando en uno de los más versátiles y orgánicos actores de Cuba.

Con posterioridad al trasladarse hacia Habana continuó desarrollando su talento en seriales televisivos de manera muy especial  en aventuras y telenovelas.

En el teatro resultó inolvidable su actuación en la obra El carrillón del Kremlin en el que interpretó el personaje del gran dirigente de la Revolución de Octubre, Vladimir Ilich Lenin.

Ya desde la etapa inicial de los años de la década del setenta da su aporte al desarrollo de la cinematografía en Cuba, al participar en la película El hombre de Maisinicú.

Un momento particularmente emotivo en su carrera artística fue cuando resultó seleccionado para encarar a José Martí en una serie especial que se tenía previsto trasmitir en el año 1995 por la televisión cubana con motivo del centenario de la caída en combate del Apóstol de la independencia de Cuba.

Molina entonces tuvo no sólo que bajar más de 40 libras sino también se sometió a varias intervenciones quirúrgicas. Lamentablemente la serie no pudo realizarse en la fecha prevista por la complejidad que constituía y por las limitaciones que tenía el país en ese instante.

Acerca de las condiciones  de Molina como artista muchos especialistas y directores que trabajaron directamente con él, tanto en el teatro, como en el cine y en la radio y la televisión, han precisado que su obra estuvo lejos del encasillamiento y que él tuvo la capacidad para interpretar roles complejos. Él estudiaba a fondo la sicología del personaje, se fundía con él al analizar sus interioridades, sus actitudes y se encargaba de caracterizarlo físicamente.

Más allá de su lamentable desaparición Enrique Molina  siempre resulta evocado no sólo por artistas y creadores en general, sino por el pueblo que disfruto de sus actuaciones relevantes, como la que realizó en la novela Tierra Brava con el guajiro Silvestre Cañizo.

A Molina se le sigue recordando y recibiendo como el gran artista que a su vez podía ser el amigo con el cual era fácil establecer un diálogo, pues su carácter desenfadado y jovial lo permitía.

Por eso puede decirse que él además de ocupar un distinguido lugar en la historia de la cultura cubana sino estando presente al ser fuente de inspiración y enseñanza para las nuevas generaciones de actores  de Cuba.