José Martí Pérez

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publicado el 01/09/2020

José Martí y el cariño y respeto por su madre Leonor Pérez Cabrera

Leonor Pérez Cabrera, la madre de José Martí, falleció en La Habana el 19 de junio de 1907. Su nacimiento se produjo el 17 de diciembre de 1828 en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, pero desde muy joven se trasladó hacia La Habana. Ella aprendió ya crecida a leer y escribir, en casa de unas amigas. Tuvo que vencer el acoso familiar que le impidió aprender antes por prejuicios y temores para evitar que se carteara con posibles pretendientes.

Contrajo matrimonio con Mariano Martí en La Habana, en 1852 y casi al año dio a luz a su primogénito, quién después llegó a tener siete hermanas. A través de cartas y obras poéticas, Martí reflejó el gran cariño que sintió por doña Leonor. Precisamente en un poema titulado A mi madre, escrito en 1868 – que al parecer constituyen sus primeros versos-, expresó:

Madre del alma, madre querida,

Son tus natales, quiero cantar;

Porque mi alma, de amor henchida,

Aunque muy joven, nunca se olvida

De la que vida me hubo de dar.

En otro poema titulado ¡Madre mía!, José Martí igualmente manifestó en su parte inicial:

Mi madre: el débil resplandor te baña

De esta mísera luz con que me alumbro,

Y aquí desde mi lecho

Te miro, y no me extraña-

Si tú vives en mí- que venga estrecho

A mi gigante corazón mi pecho.

Como adulto Martí vivió relativamente muy poco tiempo con sus padres. En 1875 residió durante algo más de un año en unión de ellos en México y después en Cuba entre 1878 y una parte de  1879 hasta que fue nuevamente deportado hacia España. Entonces no tuvo posibilidad de encontrarse con su madre hasta 1887 cuando ella lo visitó en los Estados Unidos de América.

Y la alegría que experimentó al tenerla nuevamente a su lado la reflejó en varias cartas dirigidas a su amigo Manuel Mercado. En una de ellas, la fechada el 9 de diciembre de 1887 le expresó:  “¿Sabe que mamá está aquí? Esa es sin duda la salud repentina que todos me notan.” En otra misiva, el 13 de diciembre del propio año también manifestó: “Mamá está como conociéndome de nuevo: y yo triste, porque las dificultades de obrar bien, y de hacer bien en el mundo no me dejan disfrutar plenamente del goce de verla.”

Después de esos momentos en 1887 Martí no volvió a ver  a doña Leonor. La comunicación entre  ellos se realizó entonces a través de cartas, en las que él no dejó de expresarle su cariño y respeto y a la vez el grado de compromiso que sentía con la causa de la independencia de su tierra natal.

Precisamente acerca de ello le hizo referencia en una carta fechada el 15 de mayo de 1894 en la que aseguró que mientras haya obra que hacer, un hombre entero no tenía derecho a reposar y al analizar su actitud en este sentido llegó a plantearle: “¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?

Una reflexión similar  haría Martí algún tiempo después, en lo que fue la última carta que le escribió a Doña Leonor, exactamente el 25 de marzo de 1895, ya muy próximo a salir hacia Cuba a dar su contribución directa al desarrollo de la guerra que con tanta pasión había logrado reorganizar.

En dicha carta le planteó a su madre: “Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud. Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud.  con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”

Y de inmediato le aseguró: “Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre. Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojala pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Ud. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición. Su J. Martí”

José Martí le concedió un gran valor a la existencia de las madres en sentido general. Destacó que las madres son amor, no razón, son sensibilidad exquisita y dolor inconsolable y también precisó que toda madre debiera llamarse maravilla.  Según detallara en un trabajo publicado en La Opinión Nacional de Caracas, en su edición correspondiente al 15 de abril de 1882, los brazos de las madres son cestos floridos.

Diez años después en otro de sus trabajos periodísticos en este caso en el periódico Patria, el 25 de junio de 1892, llegó a exponer la siguiente consideración que refleja en forma elocuente el valor que le atribuyera a las madres:

“No cree el hombre de veras en la muerte hasta que su madre no se le va de entre los brazos. La madre, esté lejos o cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida. Algo nos guía y ampara mientras ella no muere. La tierra, cuando ella muere, se abre debajo de los pies.”

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