La Habana en la vida y obra de José Martí
La Habana, además de ser la ciudad donde se produjo el nacimiento de José Martí, fue el lugar en que vivió en diferentes casas durante la etapa de su infancia y adolescencia.
También fue en La Habana donde cursó sus estudios primarios y de la enseñanza media, conoció y se relacionó de modo directo con el profesor Rafael María Mendive, a quién llegó a considerar como un padre desde el punto de vista espiritual, y quién mucho contribuyó a su formación como patriota.
En la entonces capital de la colonia española, cuando era un adolescente, Martí sufrió, por sus convicciones políticas, el presidio político y la realización de trabajo forzado en las canteras de San Lázaro.
Hasta enero de 1871, próximo a cumplir 18 años, cuando salió deportado hacia España, Martí vivió en La Habana.
En esa etapa sólo estuvo ausente aproximadamente dos años cuando sus padres se trasladaron, en 1857, primero a Islas Canarias, y después a Valencia, y en 1869 cuando residió durante algunos meses junto a Don Mariano en la zona de Caimito de Hanábana, en la provincia de Matanzas.
Tras su deportación hacia el territorio español Martí estuvo durante casi ocho años ausente de su ciudad natal.
Después de vivir en España, hasta finales de 1874, se trasladó a México donde permaneció, entre 1875 y 1876, en unión de sus padres y hermanas.
En 1876, viajó a La Habana en forma clandestina, utilizando para identificarse su segundo nombre y apellido, respectivamente, es decir Julián Pérez, con el objetivo de preparar las condiciones para el retorno de sus familiares a Cuba.
Entonces, después de realizar esas gestiones, retornó a México y de ahí se trasladó hacia Guatemala, donde permaneció hasta mediados de 1878, año en que regresó a Cuba, una vez concluida la Guerra de los Diez Años.
Pero en La Habana permaneció tan sólo por espacio de algo más de un año, puesto que en septiembre de 1879 resultó otra vez detenido por hallarse participando en actividades conspirativas contra el dominio colonial español.
Fue nuevamente deportado a España y ya no volvería más a vivir, ni siquiera realizar una visita, en la ciudad donde había tenido lugar su nacimiento.
Atendiendo a ello puede decirse que la permanencia de Martí en La Habana, sobre todo en la etapa de adulto, fue extremadamente breve.
No obstante, La Habana si está relacionada, igualmente en esa etapa, con instantes cruciales de su existencia, incluso desde el período de su adolescencia y juventud.
Fue en La Habana donde se produjo el nacimiento de su hijo, José Francisco Martí Zayas Bazán, el 22 de noviembre de 1878.
En La Habana, para contar con el sustento necesario con vistas a mantener a su familia, Martí ejerció el magisterio. Trabajó después varios meses en la Casa Educación, situada cerca de la Plaza de la Catedral.
Igualmente laboró en el bufete de Nicolás Azcárate, en la calle Mercaderes, donde conoció a Juan Gualberto Gómez, quién llegaría a ser un gran amigo suyo, y cercano colaborador, cuando algunos años después trabajó en la reorganización de la lucha por la independencia de Cuba.
Durante su estadía en La Habana, Martí se vinculó con instituciones culturales, tales como los Liceos Artístico Literario de Guanabacoa y de Regla, respectivamente.
Como se puede apreciar, hubiera podido desarrollar una actividad sin problemas en la ciudad, ya que contaba con una familia, trabajo y había comenzado a desarrollar una importante relación con los círculos culturales.
Pero él sabía que en primer lugar estaba su tierra natal, y le inquietaba que, una vez concluida la guerra de los Diez Años, pudiera haberse destruido o al menos relegado a segundo plano, el anhelo independentista de los cubanos.
Y es por ello que utilizando la palabra como arma de combate, luchó por mantener en alto el espíritu rebelde de su pueblo.
Y esto lo haría en forma muy especial, en discursos que pronunciara en una edificación situada en la Acera del Louvre, y en el Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa.
El primer discurso de Martí en Cuba lo pronunció el 22 de enero de 1879, en el Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa.
Habló para rendir homenaje al fallecido poeta Alfredo Torroella, y en esa ocasión patentizó: “Ante la tumba de los poetas, no deben bautizarse los oradores, pero lo que no sabe mi pobre voz de peregrino levantar dignamente hasta tu tumba, te lo dicen en tono solemnísimo ese rumor de pueblo agradecido, esos niños que miran medrosos tu cadáver, esos ojos de mujeres cubanas que te lloran”.
Otra de las intervenciones significativas realizadas por Martí en La Habana tuvo lugar el 21 de abril de 1879 en el banquete ofrecido en honor al periodista y escritor Adolfo Márquez Sterling.
En el acto realizado en los altos de una edificación situada en la acera del Louvre, señaló con particular significación: “Para rendir tributo, ninguna voz es débil; para ensalzar a la patria, entre hombres fuertes y leales, son oportunos todos los momentos”.
En ese discurso, Martí combatió también, en forma resuelta, la política autonomista que ciertos sectores trataban que prevaleciera en Cuba al manifestar: “Y los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan. Hasta los déspotas, si son hidalgos, gustan más del sincero y enérgico lenguaje que de la tímida y vacilante tentativa”.
Enteradas las autoridades españolas de los pronunciamientos hechos por Martí, por supuesto, de inmediato se convirtió en foco de atención.
Incluso hay una anécdota que pone de relieve su firmeza. Cuenta que, en una oportunidad, al hablar en el Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa, en una actividad de homenaje al violinista Claudio José Domingo Brindis de Salas, no se limitó al enjuiciar la situación existente en Cuba ni siquiera por la presencia en la actividad del Capitán General español.
Se afirma que el militar español, al escuchar el desenfado con que hablaba aquel joven cubano, dijo que prefería olvidar aquello y que Martí era un loco, pero un loco peligroso.
Atendiendo a ello, no resulta extraño que unos meses después fuese nuevamente detenido, acusado de hallarse vinculado a actividades conspirativas y otra vez resultara deportado hacia España.
El 25 de septiembre de 1879 partió en el buque Alfonso XII con destino a Santander. No volvió a ver a su ciudad natal, testigo de sus andanzas infantiles y juveniles, a La Habana donde empezó a formarse como un futuro patriota, bajo la atención directa de su maestro Rafael María de Mendive, a La Habana donde, con su palabra vibrante, desafió a las autoridades del régimen colonial español.
Pero La Habana siempre seguiría estando en su corazón, como parte del gran amor que sintiera por Cuba en sentido general, a cuya causa de su liberación se consagró íntegramente durante años y hasta supo dar su vida en aras de conseguir el objetivo de su independencia y contribuir con ello a garantizar la de otros países latinoamericanos que ya lo habían alcanzado.
Y esto lo reflejó en forma muy elocuente en la carta que empezó a escribirle, desde el territorio cubano, a su amigo mexicano Manuel Mercado, el 18 de mayo de 1895, y que quedó inconclusa al producirse su muerte, al día siguiente, en la zona de Dos Ríos.
En la parte inicial de dicha misiva le aseguraba: “Mi hermano queridísimo: Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Seguidamente puntualizó:
“Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que, para lograrlas, han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin”.
Por: Víctor Pérez-Galdós Ortíz