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publicado el 15/11/2024

Tres vueltas a la ceiba en El Templete a 505 años de fundada La Habana

La ceiba -el más representativo integrante de la flora cubana- está íntimamente relacionada con la fundación de La Habana en 1519 y con las celebraciones de cada aniversario de tan remoto e histórico acontecimiento.

Encarnación de Dios en la religión yoruba, se le atribuye a este gigantesco árbol la propiedad de vigorizar a quien busque cobijo a su sombra, que los creyentes no pisan sin antes pedir permiso a la planta, y que nadie se atreve a despojar de sus hojas sin pagar un “derecho”, que consiste en depositar algunas monedas entre sus raíces.

Dicen los seguidores de esa tradición religiosa que el rayo nunca la hiere con su fuego y, según ellos, quien tenga la osadía de cortarla será castigado.

Existe la creencia de que, en ocasiones, es posible descubrir en su tronco rostros, sexos y otros rasgos humanos formados por la naturaleza.

Cuentan las leyendas que los aborígenes cubanos danzaban alrededor de la ceiba por considerarla representante del Sol.

Los afrocubanos creen que en su tronco reside un orisha llamado Iroko, y para los chinos es su célebre San Fan Kon quien allí habita.

Algunos afirman que en ella viven pequeños duendes de piel negra, conocidos como checherekú, quienes aparecen cuando alguien molesta al árbol y –además- propinan bofetones al intruso.

La ceiba, como árbol que asistió al alumbramiento de La Habana, protagoniza desde hace décadas una de las más pintorescas tradiciones capitalinas: las famosas tres vueltas que deben darse alrededor de su tronco en cada cumpleaños de la urbe, si se quiere tener 12 meses benéficos con la salud garantizada y el bolsillo aconsejablemente surtido.

Resulta curioso que, mientras tantos creen fervientemente en los poderes mágicos de esa planta, muchos otros discuten apasionadamente la antigüedad de este, desde simples ciudadanos hasta historiadores, etnólogos, folcloristas y especialistas de toda clase.

En varias ocasiones, ha sido sustituida la ceiba de El Templete, en el afán de mantener un ejemplar saludable.

OPINIONES DIVERSAS

Para unos, ya existía en ese emplazamiento antes de la llegada de los colonizadores españoles a finales del siglo XV, al tiempo que otros cuestionan su presencia durante la ceremonia fundacional de la villa, sin faltar quien asegure que los esclavos negros eran atados a su tronco cuando sus amos decidían azotarlos, para “corregir” alguna falta.

El capitán general Francisco Dionisio Vives había propugnado, desde 1827, la erección en el lugar de un monumento de más prestancia que una simple columna. Así surgió El Templete, construcción sólida y duradera que ya se acerca a su segundo centenario.

Inspirado en su homónimo de la ciudad vasca de Guernica, El Templete fue ideado como réplica modesta del pórtico de un templo antiguo de estilo dórico, pero con dobles columnas en sus extremos.

En cuatro meses y a un costo que duplicó el presupuesto inicial de 20 mil pesos, el edificio fue terminado en 1828. Su estilo neoclásico ejerció una influencia decisiva en la arquitectura capitalina.

Su interior, poco profundo, fue decorado con tres murales del pintor francés Jean Baptiste Vermay. Uno representa la ceremonia de la primera misa; otro, la reunión del primer cabildo, y el tercero muestra a las autoridades y demás personas que asistieron a la inauguración de la edificación.

Esas obras, debidamente restauradas y conservadas, se exhiben hoy para disfrute de los visitantes.

En el lugar donde se ubica El Templete, en la actualidad considerado oficialmente como el de la fundación de la ciudad de La Habana, el 16 de noviembre de 1519, la corpulenta ceiba original sirvió de altar natural para la primera misa y fue testigo del primer cabildo capitalino, reunido en presencia del legendario conquistador Diego Velásquez.

Allí nació una villa que ahora abarca más de 720 kilómetros cuadrados y sobrepasa los dos millones de habitantes. Allí también surgió una hermosa tradición.

Cada aniversario del nacimiento de la urbe -que este mes cumple 505 años- miles de personas acuden a El Templete, donde la tradición popular se hace realidad durante una ceremonia en la cual alegría, respeto y fe se funden en un solo haz.

Es un acontecimiento social y cultural que no solo comprende las tres vueltas alrededor del árbol para rogar por la prosperidad ciudadana y personal, sino que incorpora también un amplio programa de actividades de las instituciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.

En vísperas de cada 16 de noviembre, se desarrolla tan peculiar ceremonia, que incluye un recorrido emotivo y pintoresco, además de las tradicionales vueltas en torno a la ceiba, costumbre marcada por el sincretismo que se produjo en Cuba entre las culturas española y africana.

Las vueltas a la ceiba de El Templete, relacionadas con las leyendas africanas del orisha Iroko -que para algunos simboliza en Cuba la Purísima Concepción de los católicos-, están también vinculadas con el mito de Aggayú Solá, otro orisha mayor, padre de Changó y patrón africano de la ciudad, sincretizado en Cuba con San Cristóbal.

La tradición incluye una costumbre de origen español que consiste en levantarse temprano y asistir a la Catedral, para escuchar en silencio la misa de los mudos.

Durante la celebración, miles de personas, con alegría y solemnidad, circunvalan en silencio tres veces la mítica ceiba, la tocan con sus manos, la abrazan, y muchos le lanzan monedas o besos a manera de agradecimiento por algún milagro que consideran concedido o que esperan se conceda, mientras otros disfrutan del espectáculo sin pedir nada y acuden a la ceremonia como a una fiesta, para rendir homenaje a los orígenes de una ciudad con nombre de mujer.

No faltan quienes confiesan al árbol secretos y pecados ni quienes lo saludan como a un familiar querido.

Tres vueltas alrededor de la ceiba han protagonizado allí gobernantes, científicos, escritores, artistas, pintores y deportistas, civiles y militares, niños, jóvenes y ancianos, habaneros, cubanos de otras provincias y extranjeros provenientes de los más diversos rincones del mundo, algo que llama la atención de los turistas que coinciden con la festividad durante su estancia en La Habana, o viajan a esta ciudad expresamente para pedir un milagro salvador al actual ejemplar de ceiba que allí ha echado raíces, hermanado, a pesar de los siglos transcurridos, con aquel árbol generoso que hace 505 años vio nacer a una urbe alegre, bulliciosa, acogedora y orgullosa de ser la capital de todos los cubanos.

(Oscar Ferrer Carbonell, colaborador de Radio Ciudad de La Habana/Tomado de Radio Ciudad de La Habana)

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