Robiel Yankiel Sol conquistó París con su salto y su sonrisa
ROBIEL Yankiel Sol conquistó la Ciudad de la Luz esta mañana bajo una pertinaz llovizna, y reeditó su título paralímpico de Tokio 2020.
Puede decirse estrictamente que lo logró con ese salto de 7.41 metros, alcanzado en su cuarto intento, pero lo cierto es que lo hizo con el apoyo de los presentes en el Estadio de Francia, quienes cayeron rendidos ante su sonrisa.
Ni siquiera el chino Hao Wang, en la mejor competencia de su vida, pudo arrancarle el desenfado, y ese baile contagioso que genera aplausos y que solo su inigualable carisma le permite.
Comenzó aletargado, distante de volar como otras veces, pero sereno, hasta que se le ocurrió a Wang retarle con un salto de 7.32 que le ponía primero.
El chino lo señaló agrandado, intentó intimidarlo como estrategia, quiso asestar un golpe psicológico para restarle poder y consiguió lo contrario.
Robiel respondió con carácter, como una fiera encerrada se paró en la punta de la pista para la carrera de impulso y reclamó palmadas de paso doble, de dos en dos se las devolvió el público y arrancó a correr.
Pisó con holgura la tabla, como para no dar margen a equívocos, y se elevó de un empujón abrupto sobre su pie izquierdo; se empujó suspendido con un movimiento desesperado de sus piernas, como si corriera en el aire, y cayó más pronto de lo esperado, pero lo suficientemente lejos como devolver el golpe.
No se notó ligero esta vez sino soberbio, con eso le alcanza a los campeones para afrontar la adversidad, todo sopló a su favor excepto el viento que le contrarió a razón 1.2 metros por segundo.
Luego del brinco se paró confiado al borde del foso de arena mojada a esperar el veredicto, después corrió donde Wang a devolverle la afrenta, le encaró, le gritó algunas cosas que cayó antes del salto y lo hizo conformarse con una medalla de plata, que no es cualquier cosa si compites contra el mejor saltador de la historia.
El resto de competidores apenas la miraban con la cabeza baja, alguno aprendió la lección en la piel del asiático, y entre todos se benefició el ruso Nikita Kotukov, adueñándose del tercer puesto en el podio con una marca de 7.05 metros ausente de lucha por el trono, como su bandera de la premiación.
Cuando se oficializó su éxito, Yankiel no celebró con el público, por lo menos en primera instancia, se alejó raudo y se desplomó de rodillas al borde de la pista, recitó algún réquiem como misa y lanzó un beso hacia arriba, con sus manos apuntando al cielo, desde donde su abuela le observa en primera fila. Feliz.
Luego tomó la bandera cubana y se arropó, la paseó por el estadio, la mostró como el mejor estandarte y a su vez le ofrendó su gloria, ahora sí saludó a la gente, se hizo fotos memorables y llenó de satisfacción a toda Cuba, que lo contempló orgullosa.
Fuente: Revista Digital JIT / INDER