de mi Habana

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publicado el 21/01/2021

MARIANO RODRÍGUEZ

Calificado como el pintor de los gallos, Mariano Rodríguez fue uno de los fundadores de la escuela de pintura de La Habana y uno de los más prestigiosos creadores cubanos en este sentido. Él falleció en La Habana el 26 de mayo de 1990. 

Laboró en forma incesante en la búsqueda de nuevas formas de expresión para plasmar, desde una perspectiva universal, la escuela de lo cubano.

Fue el último de los sobrevivientes de los grandes fundadores de la escuela de pintura de La Habana.

Resumió en una frase el significado que le atribuyó a la pintura, al decir: “Vivir y pintar, pintar y vivir.”

Mariano nació el 24 de agosto de 1912. Su nombre completo fue José Mariano Álvarez Rodríguez.

Sus abuelos maternos eran asturianos y sus padres de origen canario.

Sintió un gran amor por España, país que visitó en varias ocasiones y donde se sentía como en su propia casa. 

Tuvo una formación autodidacta como pintor.

Primero estuvo un corto período de tiempo en la escuela San Alejandro, la que abandonó por no adaptarse a los métodos de enseñanza de dicha institución.

Después viajó a México y entró en contacto directo con representantes del muralismo, movimiento que representaba en esos momentos la línea de liberación plástica y social en América Latina.

El muralismo mexicano, por su contenido artístico y su búsqueda de una renovación con raíces íntimamente   populares, influyó notablemente en su formación.

Mariano Rodríguez en 1937 regresó a Cuba y trabajó con dedicación.

Se integró al grupo que con el célebre pintor Víctor Manuel García había surgido con la exposición organizada por la revista Avances en 1927.

Algún tiempo después logró exponer por primera vez en el extranjero y en 1943 en Cuba.

Así se colocó en el grupo de fundadores de la escuela de pintura de La Habana, junto a otros grandes artistas, entre ellos Amelia Peláez y René Portocarrero.

Sobre cómo concebía y trabajaba sus obras afirmó en una oportunidad: “Muy fácil, cuando me viene cierta idea a la mente, empiezo a trabajar. Si no tengo ganas de pintar, hago algunos dibujos, una mano, una nariz, un gallo, para mantenerme en forma. Dibujo diariamente, al levantarme o cuando me siento a descansar en mi sillón favorito.”

Él creó una obra diversa y abarcadora, universal por cubana. Fue un eterno inconforme y casi nunca, como declaró en una ocasión, consideraba finalizado un cuadro.

De ello se deriva el hecho que muchas veces eludiera ponerle su firma a alguna obra que creara.

La imagen del gallo ejerció en él una gran influencia y acerca de esto señaló: “Cuando estoy en un proceso de cambio en lo que a línea de creación se refiere, pinto un gallo. Si sale bien, el cambio es positivo, y si no, no es favorable.”

Mariano Rodríguez pintó hasta los últimos instantes de su vida. Su infatigable amor por lo que realizaba, su trabajo arduo, su talento excepcional, nos han permitido recibir, como legado, una vasta obra de su creación.

 

Otro destacado intelectual cubano, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, resaltó en una de sus obras la trascendencia y el simbolismo que tuvo el gallo en la vida y creación artística de Mariano Rodríguez.

Precisamente en un poema titulado Gallo con Flor, dedicado especialmente a Mariano Rodríguez, señaló Fernández Retamar:

  Con el estallido de la luz de la aurora

  y el mediodía implacable sobre la ceiba soberana,

  con las banderas coléricas desplegadas en la manifestación,

  se hicieron las alas del gallo;

  Con la rabia acumulada durante siglos

  de fuetes, mayorales, e imprecaciones,

  con los pasos firmes de los trabajadores,

  brotaban las espuelas del gallo;

  con el fuego del pueblo, con el fuego

  de las sangrientas batallas dolorosas,

  de encendieron los ojos del gallo;

  son el trueno de la multitud, con el grito del combate,

  cantó el gallo.

  Todo fue blanco, rojo, azul, naranja.

  Luego llegó la victoria, llegaron

  los nuevos millonarios, las escuelas, la ternura,

  llegó el violeta; llegó el verde claro.

  El gallo aprendió a vivir junto a la flor.

 Entre las obras más significativas de Mariano Rodríguez pueden citarse Desnudo, de la serie Frutas y Realidad, de 1970, símbolo y transfiguración de la vida frutal que lo circundaba, Las masas, de los años 80, más que una pincelada ilustrativa de la Revolución, son el paisaje humano de una ideología. Su obra La mujer en la sombrilla, en 1942, muestra como asumió la naturaleza del muralismo mexicano.

Mariano Rodríguez pintó hasta los últimos instantes de su vida. Su infatigable amor por lo que realizaba, su trabajo arduo, su talento excepcional, nos han permitido recibir, como legado, una vasta obra de su creación. Su colección de óleos, pasteles y dibujos quedan como patrimonio cultural de nuestro país.

También desempeño las funciones de vicepresidente y después Presidente de la Casa de las Américas.

Mariano Rodríguez falleció en La Habana el 26 de mayo de 1990.

Fue calificado por algunos críticos como un maestro por excelencia del color. Graciela Pogoloti dijo acerca de él que fue evocador de una sensualidad que domina el ambiente.

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