Una de las más atractivas funciones que se desarrollan en las distintas plazas y calles del Centro Histórico de la Ciudad, resultan ser los artistas que hacen el papel de estatuas vivientes, los cuales pertenecen al denominado Grupo de Giganterías.Así hay estatuas humanas de personajes cubanos y de otras latitudes,  de épocas anteriores a la presente que impresionan tanto por las características físicas como por el vestuario.Por ejemplo El Caballero de París, está excelentemente  representado con un parecido físico increíble y una indumentaria exacta a la estatua de bronce colocada en la entrada principal de la Sala de Conciertos de la Basílica Menor de San Francisco de Asís.

También puede apreciarse la caracterización de  El Arlequín, bellamente engalanado con traje, sombrero con largos cuernos y botas, todo de color amarillo.  Otra de esas estatuas vivientes ha sido la de El Restaurador. Con su vestuario plateado, el artista parece estar petrificado sosteniendo una larga soga enrollada, tijeras, casco, cubo y martillo.

También en  La Habana Vieja se aprecia el Hombre de Barro, con  un larguísimo sobretodo, guantes, sombrero en forma de cono y botas, recubiertas de un color carmelita claro. En la esquina donde confluyen las calles de Los Mercaderes y Amargura, se mantiene estático el Cowboy, que responde al nombre de Macho Rico, con un sobretodo, sombrero de copa, una cadena de oro encima del chaleco y pistola en mano.

Cuando algunos de los que los aprecian, le ofrecen a manera de regalo alguna moneda estas estatuas vivientes  abandonan por segundos su estatismo y agradecen con ligeros movimientos, sonrisas y alguna expresión oral en determinado casos.Particular emoción causa esto en los niños que de pronto descubren que esa  aparente estatua es sencillamente un ser humano.